Recuerdo el día en que vi a Jack por primera vez, con sus gafas y aquella mochila cargada de libros; ¿para qué querría alguien transportar tantos libros? En la época en que sólo los granjeros con más dinero podían permitirse desplazarse en un carro tirado por caballos, que alguien que iba a pie cargara con algo tan poco práctico como los libros resultaba chocante. Eso fue lo primero que me llamó la atención de él. Lo segundo fue su forma de caminar, tan altivo y arrogante; como si la tierra debiera sentirse honrada de recibir sus pasos. Aunque luego resultó ser un chico de lo más humilde, jamás abandonó esa forma de caminar.
Llegó a la granja buscando un lugar en el que pasar la noche, y a cambio se ofrecía a realizar algunas tareas de mantenimiento de la granja y a distraernos con historias y cuentos después de cenar. El señor Owen le pegó un vistazo rápido, le estrechó la mano y le mandó a transportar leña desde el leñero hasta la casa; supongo que lo vio demasiado flaco para cortarla.
Aquella noche, después de que yo ayudara a la señora Owen a lavar los cacharros de la cena, nos reunimos todos en el salón, junto a la chimenea.
-Ell, querida, trae una de mis botellas de la cocina -me dijo el señor Owen guiñándome un ojo-. Ya que esta noche vamos a oír una buena historia, acompañémosla de un buen caldo.
Tras servirnos una copa a cada uno, me senté en el suelo muy cerca del fuego, y de Jack. Yo estaba muy nerviosa pues aquel forastero hacía que se me acelerara el corazón cada vez que lo tenía cerca, y si me miraba con aquellos ojos verdes como la hierba, sentía cómo me subía el calor hasta la cara.
Jack sacó un libro de su mochila. Era un libro gordo, con cubiertas de cuero y algunas páginas tenían la esquina doblada, como si hubiera querido señalar algo importante. Lo abrió por una de las páginas marcadas con un doblez y empezó a leer. Leía despacio, paladeando las palabras, con una voz tan suave que podía sentir como me acariciaba con ella. Yo estaba embelesada oyendo su historia cuando caí en la cuenta de que aquella historia bien podía ser la mía, al menos en parte.
Hablaba de una muchacha acomodada a su vida de campesina que un buen día se da cuenta de que la está malgastando, pues ya es mayor y no ha tenido más experiencias que las que le ha proporcionado su pobre entorno. Así que decide emprender un viaje en busca de nuevas vivencias, y acaba encontrando el amor y la felicidad muy lejos de lo que fue su hogar.
Cuando Jack acabó de contarla me miró de forma intensa durante unos instantes, y sentí como mi corazón saltaba dentro de mi pecho.
Todos subieron a acostarse, y yo me ofrecí para lavar las copas antes de ir a mi dormitorio: necesitaba una excusa para estar a solas y poder serenarme antes de meterme en la cama o no dormiría en toda la noche.
Mientras colocaba la última copa en su estante, un brazo me rodeó por la cintura, y sentí como unos labios besaban mi cuello.
-Ell, estaba deseando tener la oportunidad de estar a solas contigo -dijo aquella voz suave como las caricias-. No he dejado de pensar en ti desde que he llegado. – Y volvió a besarme el cuello.
Me hizo girar sobre mi misma para quedar frente a él, tan cerca que podía sentir su respiración sobre mi piel, y nos fundimos en un largo y profundo beso. La ropa y las horas volaron aquella noche, y yo me sentí la mujer más afortunada del mundo.
-Ell, ven conmigo a descubrir el mundo -me susurró entre caricias poco antes del amanecer-. Hay tantos terrenos por explorar, y tantas cosas por vivir, que es un desperdicio pasar tus días en esta granja.
Me miró con aquellos ojos verdes y yo me perdí en ellos, incapaz de pensar en nada más que en esos inmensos pozos verdes.
Tras el desayuno, me despedí de los Owen y me marché con Jack, con una bolsa llena de comida que me dio la señora Owen entre lágrimas, y una mochila con mis escasas pertenencias. Y jamás me he arrepentido.
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