Aprovechando que estamos tú y yo solos, querido lector, voy a contarte una historia. Si estás leyendo esto es porque te gustan las historias tanto como a mí. Así que permíteme el atrevimiento de contarte la mía. No sé si es buena o mala, pero es la mía y vive en estas páginas.
Voy a empezar introduciendo al personaje principal, el protagonista. Me llamo Hugo y soy un lector empedernido. Siempre que acabo un libro experimento una sensación de pérdida y de vacío. Seguro que sabes a qué sensación me refiero pues, si eres tan lector como creo, también la habrás experimentado. Bueno, no siempre me pasa, solo con los buenos libros. Esos que te da la sensación de que conoces a los personajes desde siempre, como si fueran viejos amigos con los que te reencuentras por casualidad. Esos cuyas historias las vives de forma tan intensa que se cuelan hasta en tus sueños y cuando no estás leyendo, estás pensando en ellas. Cuando acabo un libro de esos lleno el vacío que me deja con otro libro.
El problema viene porque puedo leerme un libro de quinientas páginas en apenas tres días. Leo mucho y muy rápido, de hecho mis amigos, los pocos que tengo pues mis lecturas me dejan poco tiempo para hacer vida social, me llaman el “devorador de libros”. Así que siempre estoy a la búsqueda de “nuevas víctimas” que me ayuden a evadirme de la realidad.
Hace unas semanas acabé una saga maravillosa que me dejó un vacío tan grande que tuve que salir inmediatamente a por un libro nuevo. Por suerte, era día de mercado, así que me dirigí a la zona donde los libreros del barrio ponen sus puestos. Soy de la opinión de que una persona a la que le guste leer debe tener, al menos, un librero de cabecera. Como pasa con el médico. El librero de cabecera es ese que conoce tus gustos y nada más verte es capaz de recomendarte un libro que te va a cautivar. Uno bueno, además, te habrá separado algunos libros de los que le han entrado nuevos. Yo tengo dos. Uno que siempre me trae las últimas novedades editoriales y otro especializado en libros antiguos, primeras ediciones y rarezas. Es una especie de Indiana Jones de los libros, no sé si me entiendes.
Como me apetecía leer algo menos mainstream de lo que me acababa de leer, me dirigí al puesto de Indy. Nada más llegar me fijé que a sus espaldas, separado, tenía un precioso libro con una cubierta de cuero que había conocido tiempos mejores. Tanto en la tapa como en el lomo tenía unas letras doradas con el título El libro carnívoro y otros cuentos. Confiaba en que no estuviera separado para otro cliente, pues sentía la necesidad de hacerme con aquel maravilloso ejemplar. En cuanto Indy me vio me dijo “Hugo, qué bien que te hayas pasado por aquí. Justo estaba pensando en ti ayer cuando vi este libro” y dicho esto me acercó el ejemplar que yo había estado admirando. ¿Ves la importancia de tener un librero de cabecera, mi querido lector? Por educación, solíamos regatear hasta ponernos de acuerdo con el precio, pero aquella vez no entré en el juego y le di la cantidad que me pidió por él, aunque era consciente de que era mucho más elevada de lo que en realidad valía el libro.
Me fui a casa y comencé de inmediato con mi particular ritual de lectura. Apagué el móvil, desconecté el telefonillo y el timbre de la puerta, encendí la lamparita que tengo junto al sillón y me puse música. Me tapé con una manta hasta la cintura y comencé a leer. El primer relato era el que daba título a la obra y contaba como un libro, con una historia de esas que no puedes para de leer, devoraba a sus lectores. Al protagonista, un lector empedernido como tú y como yo, le iban desapareciendo partes del cuerpo conforme avanzaba su lectura. El primer día, el lector leyó de una sentada la mitad del libro y cuando se despertó lo hizo sin piernas. El segundo día, apenas leyó un par de páginas, conmocionado como estaba por la pérdida de sus extremidades, y al día siguiente le había desaparecido la mitad de su oreja derecha. Angustiado por su paulatina desaparición, pero incapaz de quitarse de la cabeza la historia del libro, el tercer día acabó de leérselo y desapareció por completo.
Aquel relato me dejó con muy mal cuerpo, la verdad. Un libro que va comiéndose al lector a la misma velocidad que el lector lo lee. Para alguien como nosotros la idea es terrorífica.
El resto del libro estaba compuesto por otros cuentos con personajes más o menos simpáticos cuyas historias narraban hechos cotidianos, sueños por cumplir y anhelos profundos. Relatos poco memorables, para ser sinceros, al menos en comparación con el primero. Cuando cerré el libro era ya de madrugada. Me había pasado más de doce horas leyendo sin parar, no había comido ni bebido nada en todo ese tiempo, ni siquiera había ido al baño. Sin duda había batido mi propio récord de lectura, pensé orgulloso mientras me preparaba algo rápido para cenar, ¿o podía considerarse más bien un desayuno, dadas las horas que eran?
Me acosté agotado pero sin poder quitarme la historia del libro carnívoro de la cabeza. Aquella noche tuve un sueño de lo más extraño. Me encontraba en una sala beige. Frente a mí, sentado en un sillón igual que el mío, se encontraba un ser con un libro entre las manos. “Bienvenido Hugo, me alegro de que por fin hayas venido. Hace tiempo que te esperaba.” Cuando intenté contestarle, me di cuenta de que no podía articular palabra. Tal y como suele suceder en los sueños, de repente, apareció ante mí un atril con una libreta y un boli. Supuse que como no podía hablar, aquello estaba allí para que escribiera mi parte del diálogo. Le pregunté quién era y cómo me conocía. “Mi nombre es Dalhan. Soy un demonio” y me guiñó un ojo con picardía. Desde luego, mi mente es capaz de crear cosas alucinantes, pensé en el sueño. “Verás, Hugo, antes me dedicaba a vagar por el desierto y a zamparme a los incautos viajeros. Pero en estos tiempos la gente ya no viaja por el desierto, prefiere hacerlo en avión o en coche, por lo que resulta muy complicado pillarlos. Así que pensé en mudarme. Me pregunté dónde podría encontrar nuevos viajeros y se me ocurrió que los lectores son como viajeros, pero más vagos, porque no se mueven del sillón y por tanto, son más fáciles de atrapar. Hablé con mi superior, porque los demonios también debemos respetar la cadena de mando, y le pedí permiso para transformarme en libro. Ahora me dedico a atrapar lectores entre mis páginas. Pero no todo es tan malo, querido Hugo, te ofrezco una forma de vivir eternamente en este libro. Te dejo unas páginas para que escribas lo que quieras.”
Y esto es lo que he escrito con las páginas que me dio Dalhan, querido lector. Soy el último relato de este libro que acabas de leer. Así que supongo que nos veremos pronto.
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