La reina de las hadas miraba absorta por la ventana. Se debatía entre la nostalgia y la ira ante los acontecimientos recientes. ≪¿Cómo había podido hacerlo? Después de todo lo que habían vivido juntos, de todas las batallas libradas, de todos los besos…≫. Pensando en ello, una rabia feroz se apoderó de ella. No, no había lugar para la nostalgia ante aquello. Se giró y quedó frente a un hombre de unos 40 años, con las manos atadas a la espalda y una mirada altiva. La falta de arrepentimiento en sus ojos avivó aún más las llamas de su ira, pero se obligó a mantenerse serena. Debía mantener la compostura.
-Lamento que nuestro reencuentro tras tantos años se produzca en estas circunstancias, muchacho.
Una extraña carcajada, similar al sonido de un gallo, salió de la garganta del hombre.
-Tengo más de 40 años, me hace gracia que sigas llamándome muchacho.
-Las hadas vivimos miles de años. Cuando te conocí yo ya era mayor. Aunque tú te empeñabas en creer que era más joven que tú. Lo que para ti han sido décadas, para mí ha sido un suspiro, un instante de mi vida que habría guardado con cariño de no ser por tus crímenes. A pesar de la apariencia de calma que pretendía mantener, las últimas palabras las pronunció cargadas de resentimiento.
-Sí, fueron tiempos felices para nosotros. Eras tan ingenua, tan frágil…
La reina compuso una sonrisa de medio lado, mezcla de desdén y añoranza.
-Nunca fui ingenua o frágil, pero tú te sentías tan feliz creyéndote mi protector…
-Entonces fue todo una estrategia tuya. ¿Para qué? ¿Para que saltara a la batalla por ti y por tu pueblo?
-No ibas a enfrentarte a nuestro enemigo por nosotras, ibas para satisfacer tu ego, tus ansias de demostrar que eras mejor y más listo que él. Aún no estabas preparado para ello y por eso la mayoría de las veces salías victorioso gracias a nuestra intervención y sacrificio.
Ante aquello, el hombre guardó silencio. Sus ojos se veían ahora apagados, herido como estaba en su orgullo. Sus siguientes palabras las dijo cargadas de odio.
-Si en algún momento he tenido dudas sobre mis actos, ahora han desaparecido.
La reina no pudo aguantar más la ira y una bofetada cruzó la cara del hombre.
-¡Maldito muchacho! ¿Cómo te atreves? Nosotras te acogimos y te ayudamos cuando estabas solo. Nosotras te protegimos cuando amenazaron tu vida. Nosotras te enseñamos a luchar y a esconderte en el bosque. Conforme hablaba, la reina de las hadas iba subiendo el tono hasta acabar gritando la última frase.
-Sí, pero me hicisteis vivir una mentira. Me hicisteis creer que era un héroe, alguien importante para el país, alguien importante para ti, mientras me ocultabas la verdad. Una expresión de temor pasó por la cara de la reina durante un instante. Sí, lo sé. Lo averigüé al poco de marcharme la primera vez.
-Recuerdo cuando te marchaste, tu primera traición. Me dejaste para irte con aquella estúpida humana. Me rompiste el corazón, pero a pesar de eso te perdoné, te volví a aceptar en mi cama. ¿Para qué volviste?
-Para ejecutar mi venganza. Cuando descubrí lo que me habíais hecho enloquecí de rabia pero esa “estúpida humana”, como tú la llamas, me ayudó a perdonaros. La cosa cambió cuando uno de los tuyos intentó hacerlo también con mi hijo.
La reina palideció.
-No es posible… Di órdenes específicas de que dejaran en paz a tu familia.
-Pues, por lo visto, no tienes tanta autoridad como pensabas. Cuando aquella hada vino a por mi hijo yo no estaba en casa. Fue mi mujer la que se enfrentó a ella. Os conocía, ya había vivido con vosotras, ¿recuerdas? Y pensó que podría derrotarla. Pero no. Aquella maldita hada no consiguió llevarse a nuestro hijo, pero me la arrebató. Llegué tarde. Así que juré vengarme. Vengarme de vosotras, por lo que me hicisteis a mí, a mis padres y a mi mujer. Vengarme contra vuestro sistema enfermizo de reclutar soldados para vuestra guerra.
La reina no podía dejar que la tristeza y el enfado por lo que le acababa de contar se le notara, así que intentó que, al menos, se sintiera culpable.
-Tu venganza ha surtido efecto. Tu traición ha costado la vida de tres cuartas partes de mi gente y hemos perdido también a todos tus compañeros de armas. Tantos años invertidos en su formación. Tanto esfuerzo. Tanta magia para evitar que crecieran y fueran siempre ágiles y menudos. Todo ha sido destruido por tus actos.
-Siento la pérdida de mis compañeros. Pero es culpa vuestra. Secuestráis niños para convertirlos en soldados. Les hacéis creer que sus padres los han abandonado, que no los aman. Es un sistema enfermizo. No merecéis ganar esta guerra. Al menos sus hombres eran voluntarios. Adultos que habían elegido esa vida. Capaces de medir el sacrificio que hacían en cada batalla. Vosotros mandáis críos a luchar con la cabeza llena de cuentos épicos, convencidos de que la magia de las hadas los librará de cualquier daño. Vuestra crueldad no conoce límites.
La reina ya no sentía rabia ni ira. Solo un dolor sordo que anidaba en su pecho y se extendía hasta sus alas. Miles de vidas malgastadas, su amor definitivamente perdido y todo porque una estúpida hada de su corte había desobedecido su orden de dejar en paz a aquella familia. Seguramente había pensado que la reina se había vuelto blanda, que su corazón le hacía dar aquella orden. Pero no, ella sabía perfectamente que no debían ponerle en su contra. Que, a pesar de los años pasados juntos, él no dudaría en atacarlas si algo les sucedía a los suyos. Y, aunque ella sí que calculó el peligro, sus subordinados no lo hicieron. Subestimaron el peligro que suponía para las hadas enfurecer a Peter Pan.
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